sábado, 2 de mayo de 2009

Max Scheler. "El santo, el genio, el héroe."

Editorial Nova Buenos Aires.

Párrafos seleccionados.

INTRODUCCIÓN

“La vieja frase de un conocido místico:

“Todo hombre tiene ante sus ojos una imagen de lo que debe ser;

mientras no lo sea, no está plenamente tranquilo”, expresa bella y profundamente la importancia del modelo”. pág..12.

I. GENERALIDADES SOBRE EL MODELO Y EL JEFE

“…algunas observaciones sobre el concepto y la naturaleza de los modelos, los jefes y de la relación entre ambos.

Ante todo, entre el jefe y el súbdito existe una mutua relación consciente. No así entre el modelo (prototipo) y su imitador. Una persona que es modelo de otra, puede no saber que es modelo ni quererlo aun si lo sabe la persona que la imita. En cambio, el jefe tiene que “saber” que es jefe; y tiene que “querer” ser jefe……

En segundo lugar, la relación entre el modelo y el imitador es “ideal”, independiente de espacio, tiempo, presencia real y hasta de existencia histórica real del prototipo. En cambio, la relación entre el jefe y sus seguidores es “real”, sociológica. Pág. 13.

En tercer lugar, el concepto de jefe es un concepto sociológico muy general que no implica un valor.………. El jefe puede ser un salvador, puede ser un demagogo inescrupuloso; puede ser un conductor en un sentido de valor positivo o un seductor; puede ser jefe de una liga de virtud o de una banda de asaltantes. En la medida en que quiere conducir y tiene cualquier número de seguidores, es “jefe” en el sentido sociológico.

Muy distinto es el concepto de “modelo”. Modelo implica, en su sentido inmanente, siempre también un concepto de valor. Todos consideran a su modelo, en la medida en que lo tienen y lo siguen, como lo bueno, lo perfecto, lo que debe ser. Cualquier especie de “amor” y de positiva estimación en el sentido religioso, moral, estético liga a toda alma con su modelo, traba una relación que siempre es afectiva y vehemente. Al jefe se lo puede odiar, lo que interese es que guíe. Por cierto, un modelo podría ser (objetivamente) malo, pero en la intención no lo es jamás.

Esta peculiaridad de los modelos se manifiesta en los “ejemplos” más generales y excelsos “de modelos” que llamaremos los modelos tipos. Sus ideas no son conceptos abstraídos empíricamente de la experiencia casual del mundo y de la historia, sino que son ideas de valor que se dan por sí mismas, es decir, a priori (independientes de la cantidad de experiencia fortuita) con la naturaleza mismo del espíritu humano y de las categorías supremas de valor correspondientes: lo santo, los valores espirituales, lo noble, lo útil y lo agradable. Hay tantas ideas como valores fundamentales: las ideas del “santo”, del “genio” (sabio), del “héroe”, del “conductor espiritual de la civilización” y del “artista” en el arte de gozar. Estas ideas de modelos se forman exclusivamente, en primer lugar, de la idea de “persona”, y en segundo lugar, de esas “ideas” básicas “de valor”. Los grandes hombres empíricamente dados en la historia a menudo son figuras mixtas; es decir, acogemos a los hombres empíricos relacionándolos ya con estas ideas, los analizamos de acuerdo a ellas, los medimos según estas ideas. Pero, por otra parte, los modelos tipos sólo se erigen en modelos eficaces cuando entran en contacto con la materia empírica de hombres históricos. En todo modelo existe una fase empírica y una fase apriorística, un ser y un deber-ser, un elemento real y otro estimativo……

La teoría de los modelos tiene peculiar importancia para la ética: constituye la primera condición para toda valoración ulterior. Es imposible que un hombre posea todas las virtudes y no tenga ningún vicio. Es preciso que todo hombre sea “auténtico” y que cada uno ocupe su lugar. Tiene que encontrar la medida de sus fuerzas; tiene que buscar el modelo más adecuado a sus posibilidades –buscarlo en la medida en que resulte posible. No son las reglas morales abstractas de carácter general las que modelan, configuran el alma, sino siempre modelos concretos.

Finalmente, los jefes exigen “acciones”, resultados, conducta. El modelo exige, por el contrario, un modo de ser, una forma del alma. Pero de este modo de ser deriva el querer y la acción. (Valor del ser y valor del hacer)

Si realmente los jefes y los modelos tienen caracteres tan distintos y tienen que ser estudiados de modos tan distintos, ¿qué relación mutua tienen? Y bien, los jefes también “pueden” ser modelos, sobre todo jefes religiosos, morales, pero también políticos y pedagógicos. Pero no lo son necesariamente, y lo son sólo en el caso en que exista un vínculo carismático afectivo; en todos los demás casos no lo son. Pero si se quiere determinar una relación general entre jefes y modelos, no cabe ninguna duda que los “modelos” eficaces son los que ejercen un influjo determinante o que influyen esencialmente en la elección, en la selección del jefe, y sobre todo en lo que se refiere a las cualidades de los jefes. Esto es tan seguro como el principio de que nuestros actos volitivos están determinados por nuestros modos de valorar –en última instancia, por aquello que queremos u odiamos, por la estructura de nuestras preferencias estimativas o por nuestras proposiciones, y no a la inversa….. pág. 17 a 19.

V. EL HÉROE

…. Colocamos los valores vitales de desarrollo bajo un común denominador, que consideramos como suma de lo “noble” (Platón). Noble-vulgar constituye una antítesis biológica generalizada. La nobleza, según su verdadero sentido, posee los más vigorosos “poderes de despliegue” en un grupo y los más completos valores hereditarios de la sangre. (Nobleza natural frente a nobleza estipulada, es decir, nobleza nominal). Colocamos a los meros valores vitales de conservación bajo el título general de “prosperidad” y referimos esta expresión ya sea al individuo o bien a la totalidad de la comunidad de vida (bonum commune). Este bien común no es la felicidad más grande del mayor número (valores de utilidad y de agrado); esto sería más bien el valor específico correspondiente a la sociedad (Bentham). La prosperidad n

o es una magnitud acumulativa, así como el sentimiento vital del bienestar tampoco es igual a la suma de todas sensaciones agradables experimentadas (lo mismo podría decirse del sentimiento de salud y el de enfermedad, del sentimiento de progreso y el de fracaso, el impulso natural de la vida y el de la muerte).

“Héroe” es, pues, aquel tipo ideal de persona humana, semi-divina (héroes de los griegos) o divina (dios de la voluntad y del poder de los mahometanos o de los calvinistas), que en el centro de su ser se consagra a lo noble y a la realización de lo noble, es decir, que se consagra a un valor “puro”, no técnico, y cuya virtud fundamental es una “nobleza natural” del cuerpo y del alma a la que corresponde la magnanimidad. Ya no pueden ser llamados héroes los que –por importantes que sean- sólo se empeñan en conseguir la “prosperidad” de sí mismos y del grupo a que pertenecen. A éstos los llamaremos más bien benefactores, por ejemplo, a los médicos de gran estilo, conductores de la economía y de la técnica y frente a los que están los estadistas, los jefes de ejércitos, los colonizadores.

Lo mismo que el genio, también el héroe tiene que manifestar una exuberancia excepcional y supernormal de alguna específica función espiritual. Pero en él esta función no es (como en el hombre religioso) la efusión del alma a la gracia, o (como en el genio) la superabundancia del pensamiento y de la contemplación espiritual distinta de toda mera aplicación práctica a las necesidades de la vida, sino “superabundancia” de “voluntad espiritual”, de concentración, perseverancia, seguridad frente a la vida de los impulsos. El héroe es un hombre de voluntad, y esto quiere decir a la vez, hombre de poder. Eso no impide que un alma heroica pueda habitar un cuerpo débil; pero jamás podrá estar unida a una vitalidad débil. Es decir, que el vigor, la impetuosidad, la pujanza, la plenitud y la disciplina interior y casi automática de los impulsos vitales constituyen elementos de la esencia del héroe (lo que difiere totalmente del genio). Pero también le corresponde al héroe ser capaz de concentrar, de dominar y de dirigir constantemente a objetivos remotos, mediante esa voluntad espiritual, esta vida impulsiva, desviándose lo menos posible. Es esto a lo que llamamos “grandeza de carácter”.

El grado de tensión, en que se mantenga en lo posible la armonía entre instinto y voluntad espiritual con respecto a la vehemencia y a la plenitud, es lo que constituye la grandeza del héroe. En cuanto está afectada la armonía, se produce, en caso de fuerte tensión, el tipo de héroe “dualista” (el héroe específicamente germano como Sigfrido, Lucero, Bismarck). Cuando la fuerza de los impulsos instintivos es demasiado reducida, se produce el “fanático” superactivista y agresivo (el duque de Alba). Cuando la vida impulsiva es demasiado débil en relación a la voluntad espiritual, se produce el tipo de héroe unilateralmente “ascético” y trágico (el héroe específicamente eslavo), el héroe que sólo es capaz de sufrir, resignarse y soportar, el tipo de héroe exclusivamente pasivo y defensivo (Kutusow; la estrategia y la táctica bélica rusas, Napoleón; “no resistas al mal”).

Entre las virtudes que llamamos específicamente “heroicas” se encuentra por lo tanto ante todo como virtud fundamental el “dominio sobre sí mismo”. Pues sólo puede conquistar poder sobre los demás, quien se domina al máximo a sí mismo; sólo puede ejercer dominio sobre los hombres –pues es el hombre el más alto objeto de la dominación del hombre- el que tiene el señorío sobre sí mismo.

Pero en el hombre que llamamos héroe, la voluntad de poderío está vinculada con una “responsabilidad” extrema y con un deseo de extender esa responsabilidad.

Al héroe el mundo se le ofrece en primer lugar como “resistencia”, es decir, que le está dado como mundo real. Es un hombre de realidades, o sea un ser que introduce “ideas”, que el genio sólo percibe unilateralmente, en la materia concreta del mundo. Pero para eso, para no obrar a ciegas, siempre ha de estar respaldado de una cultura espiritual superior y de una conciencia religiosa. Está referido a este mundo contingente, azaroso, que no es repetible, con todas sus rudas realidades: es un gran realista y un gran práctico.

Audacia, valentía, intrepidez, presencia de ánimo, decisión, amor a la lucha, arrojo, riesgo distinguen al héroe del pusilánime, del hombre cauteloso, además de la capacidad de sufrimiento y de resistencia (se comprueba su fuerza por la capacidad de soportar, Hércules), sin tomar en cuenta el objetivo (oposición con el mártir). Le son propios la belleza física, la gracia, la agilidad en el juego, en la danza y en el porte, severidad –sin artificio- aptitud virtus de los romanos).

El héroe es un “hombre que se dispensa”, y no que “recibe”. Es bondadoso por prodigalidad, dispuesto al sacrificio por los amigos y la comunidad.

Lo colma un sentimiento de repugnancia hacia todo lo vulgar (honor y código de casta: “a cada uno lo suyo” –y no “lo mismo para todos”) y una seguridad instintiva para el amor. Es el representante del ideal erótico en su doble sentido: que la mujer desea lo que es considerado “heroico”, y él mismo crea el ideal de mujer que más desea. Pues hay una diferencia en que el hombre cree el ideal de mujer, y a la inversa, como en las épocas femeninas (Francia durante el siglo XVIII). El es el modelo de la raza, que determina la selección de la estirpe, con lo que contribuye a determinar (independientemente de la forma de selección sexual) la cualidad de la mezcla que será el patrimonio de los valores hereditarios de la generación futura. No sólo contribuye a determinar a sus propios hijos, sino a la modalidad de los hijos de todos los demás, en aquello que se lo considera bello.

Estadista, milita, colonizador, son los principales tipos de héroes. Cuando el estadista y el general se dan en una misma persona, como en César, Alejandro, Napoleón, Federico el Grande, el príncipe Eugenio, estos hombres representan en la unidad del plano espiritual y de la responsabilidad, la forma más egregia del heroísmo activo. En los casos en que esta conjunción no se produce, en principio el general debe estar subordinado al estadista. La guerra es la prolongación de la política en tanto lucha de poderío (Clausewitz) por medio de la fuerza;por lo tanto, el “medio” no debe erigirse en fin. pág 93 a 96.

DEL HÉROE.

El héroe y lo noble

“…. El héroe es la personificación de lo noble, es decir, la suma de todas las excelencias y virtudes, no sólo puramente espirituales, sino vital-espirituales…. Coraje, intrepidez, autodominio y capacidad y fuerza para emplear lo bueno, que toma de manos del santo, por medio del poder y el dominio sobre los hombres y las cosas del mundo: esto es la esencia del héroe.

No sólo actúa como ser, sino por medio y con sus hechos. Hecho o hechos son otra cosa que acciones. En ellos se resume concentradamente una vida. El héroe sigue viviendo como autor de estos hechos en la imagen de la fantasía, del mito, del canto, de la poesía. Pero no a través de informes, sino patentemente, palpablemente. Secundariamente también sigue viviendo como modelo de ser. pág 133 -134

1 comentario:

  1. Tienes las definiciones breves , concretas y textuales de Scheller con respecto a los tres tipos? no encuentro el libro en ninguno lado.

    ResponderEliminar